Quizá el amor no sea para tanto, pero si te dedicas a escribir canciones y no acabas de un modo u otro hablando su lenguaje, vas dado… Hasta los más recalcitrantes ‘antiamorosos‘ (valga el palabro) terminan dando su brazo (o su pluma) a torcer y vuelven siempre al eterno redil del cancionista.
Quizá el amor no sea para tanto, pero es la pólvora que mejor prende con la discreta chispa de un par de acordes y una melodía apenas tarareada.
Y aunque quizá al final, la canción tampoco sea para tanto, basta con que el uno y la otra, con su baile agarrado de verbena de pueblo, no dejen de recordarnos que el amor es el lenguaje de las canciones y la canción es el amor que se tararea.